sábado, 17 de diciembre de 2011

Rompecabezas

Las piezas heridas descansan en la mesa del olvido.  Sus ojos perdidos se esconden detrás de sus espaldas de cartón.  El viento las despierta.  Se desperezan. Bostezan y mimetizan su timidez con el desconsuelo de cemento.  Piensan que son únicas e indivisibles.  Sin embargo sufren el hueco infinito de su ser.  No se conocen entre sí.   Exhalan añoranzas de abrazos incompletos y caricias que aún no nacieron.   Se presienten, se desean pero el temor las alcanza y las separa.  Son curiosas. Se observan y se investigan.  Giran una y otra vez.  Se desorientan.
Dos piezas parecen encajar e intentan fundirse.  Los bordes se enfrentan. Se acercan y se repelen.   Un roce punzante comienza a enhebrar rectas y curvas.  El encantamiento se produce.    Se nombran, se encuentran. Se encadenan, se atrapan.  Así el rompecabezas muestra su efímero rostro, hasta que el tiempo desordene otra vez los cuerpos y el juego vuelva a empezar.

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