miércoles, 21 de diciembre de 2011

Cuando te solté la mano (dedicado a mi abuela Tita)

Cuando te solté la mano las veredas bostezaban, la plaza se sacudía el polvo del día y los eucaliptos llenaban sus pulmones para despeinarnos al día siguiente. La tarde se iba a dormir pero yo quería seguir jugando.

Cuando te solté la mano los pasos que habíamos dado se transformaron en palabras. Primero aparecieron las cortitas, después asomaron (como pidiendo permiso) las más largas. Las más rebeldes y caprichosas se negaban a salir pero las caricias de mamá las volvieron más dóciles y hasta llegaron a darme la patita. Pero poco a poco las palabras se me escapaban del bolsillo y se amontonaban en el piso, desordenadas. Entonces decidí apilarlas, bien prolijitas, como vos me habías enseñado. Y las envolví una a una en papel barrilete para regalártelas a la mañana siguiente.

Cuando te solté la mano, corrí. Corrí y no miré hacia atrás porque tenía que encender la tele. Te dejé sola. Me olvidé de vos. No tenía porque preocuparme: sabía que siempre estarías en el umbral de casa esperándome para salir otra vez.

Cuando te solté la mano el viento me arrastró muy lejos. Miré hacia atrás y ya no estabas. Caminé y seguí nuestras huellas pero ya no encontré nuestras veredas, nuestra plaza, nuestros eucaliptos. Ni siquiera aquellas viejas palabras. Sólo silencio.

Ahora te sigo buscando, abuela. Quiero que me vuelvas a llevar a dar una vuelta. Quiero envolverte palabras nuevas y regalártelas.

Y es ahora que quisiera tomar tus manos y no soltarlas nunca más.

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