miércoles, 20 de junio de 2012

Mañana sólo seremos polvo


I

 La casa desangra silencio. La sordina del tiempo fue atenuándote, convirtiéndote en un eco. Pero ese eco aún sigue vibrando en mí.
Desde que ella apareció, nuestra ciudad y sus luces se redujeron a estas cuatro paredes descascaradas y sus malditas manchas de humedad. Y la humedad invadió mi piel de madera, sofocándome, saturándome.  Y yo callaba mis celos, la abstinencia de nuestras noches, mi sed de vos, de tus manos.   Pero a pesar que la amabas no pudiste abandonarme.  Aún te atraía. Aunque te alejabas una y otra vez de mí palpabas con tu mente la textura de mis teclas y regresabas a mi lado. Y en esos reencuentros nos enlazábamos en sonatas extáticas, sonatas con las que intentabas redimirte de los ruidos de tu culpa. Sin embargo, sólo eran intervalos de pasión. Al quedar exhausto, la palidez en tu rostro me demostraba que seguías pensando en ella, en sus llantos, en su voz.
Sé que ya no te provoco ese deseo que nos condenó a ser uno o dejar de ser.  Sé que ella te arrancará de mí por la mañana.  Y reconozco su virtud: la perseverancia. Durante todos estos años ella fue siguiéndote, llamándote, suplicándote para que me dejaras. Y aunque te negabas, fui consciente de que este momento llegaría. Era inevitable. Sé que ya no volveré a gozar el roce de tus manos y que este vacío será cada vez mas intenso.  Trato de retener el recuerdo de aquellas caricias intermitentes que me intentaste dar horas atrás. Pero no fueron más que una última dádiva.  Tu despedida. Un vestigio deshilachado de aquellas caricias nocturnas que en la calle Corrientes tanto el “Kalisay” Gorrese como el “Pirincho” Canaro tanto envidiaban.
¿Cuándo fue la última vez que salimos juntos de este agujero? ¿Dónde quedaron aquellas salas repletas en la que brillábamos? ¿Dónde están esos telones, esas alfombras de terciopelo, esas palmas que se fundían en una conjunción de aplausos?   ¿Dónde está el gran “Cuqui” Robles y su piano?  Sólo quedan nuestras fotografías enmarcadas y cubiertas por el polvo. Y mañana esas fotos sólo serán polvo, polvo enterrándonos en el olvido de Buenos Aires.

Los brazos del amanecer se extienden y atraviesan la persiana del dormitorio. Revelan un hilo de lágrimas bajo tu sombra.  El reloj del comedor gatilla siete veces y ese maldito haz de luz nos envuelve.  Te descubro sentado frente a mí. Tus ojos simulan mirarme pero anuncian que el momento final ha llegado.  El chirrido del timbre me desgarra. Es ella. Una y otra vez ese maldito sonido se repite pero permaneces inmóvil, resistiéndote. La llave apuñala la cerradura. Ella abre la puerta y nos observa pálida, absorta. Corre hacia vos y grita: “¡papá! ¡papá!”. Y cuando te arranca de mí, mi silencioso llanto resuena en nuestro último acorde.

II

 Martín Cárdenas leía un pequeño artículo en la página cinco del suplemento de espectáculos del diario que mencionaba que en la noche de ayer el gran compositor y músico Domingo “Cuqui” Robles había fallecido a los 85 años en su casa de Floresta: “Robles se había retirado de los escenarios a finales de la década del cincuenta para dedicarse a criar a su hija Malena luego de que su mujer los abandonara.  Malena Robles confió a este matutino que había encontrado a su padre abrazado a la gran pasión de su vida: su piano”
 

-          Viejo, se murió un tal “Cuqui” Robles. Me suena el nombre, ¿lo conocías? - preguntó Martín

-          Yo no. Creo que era uno de esos “tangueros” de antes. Me parece que el abuelo tenía algún disco pero seguro lo tiramos antes de mudarnos.

-          Veo que era un músico de la puta madre, ¿no? ¿a quién carajo le puede importar este tipo de noticias? - Martín se reía mientras buscaba la sección de deportes.


III

 Cada rincón llora nuestro silencio. Mañana sólo seremos polvo, polvo enterrándose en el olvido de Buenos Aires.