Nada más
que nacer,
y robar un
eterno segundo
a ese
tiempo que se queda sin tiempo.
Nada más
que llorar,
para colmar
el infinito vacío
en este
espacio sin espacios.
Nada más
que sonreír
y que el
bostezo de tu alma
desenlace los
nudos de las sombras.
Nada más
que susurrar
y que tu
voz sea el as absoluto
para jugar
otra mano con la ausencia.
Nada más
que caminar
para distraer al eterno peregrino
y desvanecer
sus huellas por un instante.
Nada más
que soñar
para que la
noche se inunde
y absorba
la obstinación del mundo.
Nada más
que crecer,
para que se
rebelen los defectos
y se rindan
las virtudes.
Nada más
que olvidar
para que la
desolación resuene
en una
constelación insonora.
Nada más
que contornos.
Nada más
que formas
sin
aristas,
sin límites
sin
intersecciones.
Nada más
que uno.
Nada más.
Nada.