lunes, 11 de mayo de 2015

La resistencia

La ventana se entreabre. La cortina respira a través de sus pliegues y la desnudez de la noche se asoma en la habitación. Su vista se le ha gastado. La costumbre es la que le permite distinguir formas dispersas entre las sombras: el ropero y la cómoda de roble, la mesa de luz, el vaso con agua, las pastillas.  A pesar de los analgésicos el sueño le duele. Gira su cuerpo hacia la derecha, hacia la izquierda. La cadena transparente lo limita. Con esfuerzo logra desprenderse del abrazo de la sábana. El ovillo inmóvil que alguna vez fue su mano cruza hacia el otro extremo de su cama y allí esta ella. Y es la piel de su mujer lo único que logra aliviarlo. Ella lo mira con sus ojos vítreos y pacientes, casi con desconfianza. Él la calma y con voz imperceptible le pide que no hable: la brigada está allí afuera y si los escuchan entrarán a llevársela. No se escuchan pasos en el corredor. Es una buena señal.  Quizás hoy les regalen toda la noche.

En la profundidad del silencio se oye la rítmica caída de un líquido. Eso los distrae. Él la tranquiliza: “es sólo una pérdida de agua en el baño”. Ella extiende el índice de su mano izquierda y le cubre la boca. Una lágrima helada fluye a través de uno de los surcos de su cara. Él impide, con el dorso de su mano, que el llanto caiga sobre la almohada. Sabe que debe ser cuidadoso: si comete un error ellos se la quitarán para siempre. Él le miente: “quizás mañana no aparezcan. Tal vez se tomen el día libre. Quizás podamos salir al jardín, nuestro jardín”. Sin embargo él sabe que ellos siguen allí, hibernando, agazapados a la espera de un nuevo ataque. Van a volver, como todos los días. No tienen piedad. La brigada tiene miembros sin alma dispuestos a utilizar su artillería pesada. No dudan en aplicarla. Son feroces. No tienen límite. Él sabe que hasta han  intentado enlistar a sus hijos. Pero, no. Sus hijos nunca serían parte. Es por eso que decidieron alejarse.
Hace años que él resiste. Aprendió del enemigo y había interpretado a un personaje sumiso a la perfección. Pero desde que ella había comenzado a visitarlo, ya no soportaba negarla.
Un sonido agudo los impacta. Él no logra reconocer los números que se agitan en aquel aparato sobre la mesa de luz. La ventana, el ropero y la cómoda se desvanecen. Sólo queda ella.  Ella y el renacer de aquel último abrazo que se dieron hace tanto tiempo. Él sonríe. Siente que su lucha contra la brigada de la realidad no ha sido en vano.







No hay comentarios:

Publicar un comentario