Se persignó
frente al espejo. Sus dedos le dejaron marcados con la sangre de su víctima los
vértices de la cruz en la frente y en el pecho.
Cerró los
ojos y comenzó a rezar, como lo hacía cada vez que terminaba con su ritual de
purificación. Era su forma de agradecer a Dios por haberla dejado ser su
instrumento de liberación del pecado de los hombres. Era su ofrenda, necesaria para
acercarse a la salvación. Sin embargo
aquella noche la ceremonia fue diferente. Por primera vez, era ella quién necesitaba
la absolución.
Se
preguntaba por qué ese niño había aparecido aquella noche. Pensó que seguramente esa sería otra prueba a
la que debía someterse para superar sus debilidades. En su lugar ¿cuántos
habrían tenido la fortaleza para resistir semejante desafío? Ella no había
tenido opción. Su misión en la tierra no podía ser interrumpida por nada ni por
nadie. Ni siquiera por la muerte de un inocente. Por otra parte con ese
sacrificio no planificado había asegurado que el alma de aquel niño permaneciera
pura para siempre.
Cuando
terminó su oración abrió nuevamente los ojos. Desde el interior del espejo aquel
niño la miraba y le pedía una respuesta. La respuesta que ella no había podido darle
en aquella habitación. El niño seguía sin entender porqué ella había hundido una
y otra vez un cuchillo en el cuerpo de su padre. Había vuelto para pedirle esa
respuesta después de que ella tomará aquella decisión de silenciarlo con un
corte preciso en la yugular.
Ella se enjuagó
la cara y se concentró en la imagen. El niño mantenía las dos manos
entrelazadas y se cubría el cuello. Cuando ella tocó el espejo el niño desenlazó
sus dedos y descubrió la piel de su cuello: estaba intacta. Luego el niño abrió su boca y exhaló un espeso vapor que cegó al espejo.
Ella pensó
que el diablo estaba jugando con su cabeza. Sabía que el niño no había
podido sobrevivir. Pidió clemencia al cielo
y golpeó el espejo con su puño derecho. Al quebrarse los ojos de los pecadores muertos comenzaron a sentenciarla desde las astillas de vidrio. ¡Señor, no
dejes que me rinda ante la oscuridad! En el último intento por liberarse de sus
demonios, siguió golpeándolos hasta transformarlos en polvo.
Después de
esa victoria se recostó dentro de la bañera y abrió las canillas hasta alinear los
latidos de su corazón con el flujo sedoso del agua tibia. La prueba había sido muy difícil. La más
difícil. Su cuerpo fue cediendo a la
presión del sueño y se quedó dormida. Cuando despertó el agua rebalsaba de la
bañera. El vapor había devorado el aire del lugar. Le llevó un momento acomodar
la vista a la bruma y descubrir las siluetas de los muebles del baño, de las
toallas y la del niño. El niño estaba a su lado, observándola. El niño extendió
sus brazos, le cubrió el rostro con sus manos y la sumergió. El bautismo
finalmente la redimía del pecado original.
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