lunes, 13 de mayo de 2013

Bautismo



Se persignó frente al espejo. Sus dedos le dejaron marcados con la sangre de su víctima los vértices de la cruz en la frente y en el pecho.
Cerró los ojos y comenzó a rezar, como lo hacía cada vez que terminaba con su ritual de purificación. Era su forma de agradecer a Dios por haberla dejado ser su instrumento de liberación del pecado de los hombres. Era su ofrenda, necesaria para acercarse a la salvación.  Sin embargo aquella noche la ceremonia fue diferente. Por primera vez, era ella quién necesitaba la absolución.

Se preguntaba por qué ese niño había aparecido aquella noche.  Pensó que seguramente esa sería otra prueba a la que debía someterse para superar sus debilidades. En su lugar ¿cuántos habrían tenido la fortaleza para resistir semejante desafío? Ella no había tenido opción. Su misión en la tierra no podía ser interrumpida por nada ni por nadie. Ni siquiera por la muerte de un inocente. Por otra parte con ese sacrificio no planificado había asegurado que el alma de aquel niño permaneciera pura para siempre.

Cuando terminó su oración abrió nuevamente los ojos. Desde el interior del espejo aquel niño la miraba y le pedía una respuesta. La respuesta que ella no había podido darle en aquella habitación. El niño seguía sin entender porqué ella había hundido una y otra vez un cuchillo en el cuerpo de su padre. Había vuelto para pedirle esa respuesta después de que ella tomará aquella decisión de silenciarlo con un corte preciso en la yugular.  

Ella se enjuagó la cara y se concentró en la imagen. El niño mantenía las dos manos entrelazadas y se cubría el cuello. Cuando ella tocó el espejo el niño desenlazó sus dedos y descubrió la piel de su cuello: estaba intacta. Luego el niño  abrió su boca y exhaló un espeso vapor que cegó al espejo.
Ella pensó que el diablo estaba jugando con su cabeza. Sabía que el niño no había podido sobrevivir.  Pidió clemencia al cielo y golpeó el espejo con su puño derecho. Al quebrarse los ojos de los pecadores muertos comenzaron a sentenciarla desde las astillas de vidrio. ¡Señor, no dejes que me rinda ante la oscuridad! En el último intento por liberarse de sus demonios, siguió golpeándolos hasta transformarlos en polvo.

Después de esa victoria se recostó dentro de la bañera y abrió las canillas hasta alinear los latidos de su corazón con el flujo sedoso del agua tibia. La prueba había sido muy difícil.  La más difícil.  Su cuerpo fue cediendo a la presión del sueño y se quedó dormida. Cuando despertó el agua rebalsaba de la bañera. El vapor había devorado el aire del lugar. Le llevó un momento acomodar la vista a la bruma y descubrir las siluetas de los muebles del baño, de las toallas y la del niño. El niño estaba a su lado, observándola. El niño extendió sus brazos, le cubrió el rostro con sus manos y la sumergió. El bautismo finalmente la redimía del pecado original.   

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